domingo, 23 de febrero de 2014

Terapia espiritual: curación para el alma

Terapia espiritual:

curación para el alma

 
 
Definimos la terapia espiritual como un tratamiento de los padecimientos humanos que afectan a nuestra capacidad innata para afrontar y resolver los problemas de significados y valores.
Una vez somos capaces de curar los males que afectan a nuestra alma, podemos conocer profundamente, desarrollar y expresar en el mundo nuestro ser verdadero y los valores que le acompañan, comprometernos con ello y asumir las responsabilidades que nos correondan.
Las personas somos, esencialmente, seres espirituales. Nuestro cuerpo es, por lo tanto, la realización y la expresión material de nuestro espíritu y éste es la parte esencial de nuestra materia. Todo lo bueno y lo que no lo es tanto, está realizado por seres espirituales con experiencia humana temporal.
 
El espíritu es nuestro tercer ojo, el ojo que todo lo ve y que, como consecuencia, percibe la profunda y perenne conexión de todos los seres con todo lo demás y con el Ser Absoluto.
Espíritu y materia, materia y espíritu, están tan íntima y profundamente relacionados que no pueden existir ni avanzar por separado.
 
Asumir y amar nuestra espiritualidad implica aceptar que todas las situaciones, relaciones y asuntos de nuestra vida, encierran un profundo significado y un profundo sentido, una enseñanza imprescindible para nuestro crecimiento y nuestra maduración, necesarios para abrir todos nuestros sentidos: visibles e invisibles, disponiéndonos a recibir cuanto llegue y a responder de la forma más inteligente y amorosa que podamos.
 
Aceptar que somos espíritu, amor puro y genuino, es adquirir autoconciencia, es decir: la conciencia de que hemos sido creados a imagen y semejanza del Espíritu Universal Absoluto: Dios, Yavhé, Alá...
Sentir esto con toda la viveza de que seamos capaces es ya un acto curativo, a partir del cual podremos transformarnos y, al hacerlo, transformar cuanto nos rodea contemplándolo con unos ojos nuevos, puros e inocentes como los de un niño.
 
El espíritu es nuestro propio Yo. Ese Yo existe más allá del espacio y del tiempo, nos acompaña por donde quiera que vayamos, sólo es preciso que lo admitamos y confiemos en ello plena y profundamente. Al conseguirlo, sentimos que nuestros pasos son guiados por algo más fuerte, amplio y  poderoso que nosotros mismos, perdemos el miedo y avanzamos en armonía y flujo con el Universo, danzando continuamente con la realidad.
 
La salud espiritual es un estado del ser pleno y total, centrado en sí mismo y relacionado a la vez con el centro de los demás seres y del Universo; un ser en permanente estado de relación, unidad, receptividad, aceptación, agradecimiento, amistad, armonía, equilibrio, paz, amor, luz, desarrollo, realización, evolución..., flexible y abierto, cultivando todos y cada uno de sus centros: físico, psíquico, emocional, social y espiritual, conservando siempre la unión con el núcleo del ser y con la Gracia Universal presente en todos los rincones.
 
LLegar a esa plenitud del ser es alcanzar la iluminación. Iluminación a la que sólo podemos llegar individualmente, a través del desierto de nuestra sombra, de nuestros monstruos, de nuestra parte más animal y menos humana, que existe por alguna razón y que contiene un inmenso potencial de energía sanadora si sabemos aceptarla, amarla, asumirla y aprovecharla para adentrarnos en nuestra profundidad más escondida y rechazada, precisamente en ese lugar en el que no existen la maldad ni la bondad porque todo es luz, armonía, paz y amor. Sólo si somos capaces de atravesar ese desierto y de abrazar a cuantos monstruos nos encontremos por el camino como si fueran nuestros grandes amigos, porque en realidad lo son, podremos llegar al Paraíso del Ser Infinito y Amoroso que siempre hemos sido.
 
 
(Este artículo es de la Psicóloga Mª Dolores Sánchez Villacañas)
 


domingo, 12 de enero de 2014

EL ARTE DE REHACERSE

 
El arte de rehacerse
 
 
La superación des estrés y las situaciones conflictivas de la existencia cobrando conciencia de la virtudes y talentos específicos, y desmarcándose de las exigencias desmesuradas y/o expectativas ajenas, es una actitud propia de los seres humanos con personalidad resiliente o resistente. Hasta qué punto cada uno de nosotros puede tener o no algo de esta característica de personalidad, va a depender siempre, en última instancia, de cómo decidamos cada uno afrontar lo que nos sucede en la vida.
 
 
El término Resiliencia significa literalmente "elasticidad" y nos habla de la capacidad de adaptación y resistencia ante los sucesos estresantes, incluso traumatizantes, que seceden en nuestra vida. Es como si cierrtas personas tuvieran una "protección" frente a los hechos vitales negativos que les acontecen y tienden a experimentar las vivencias estresantes y dolorosas comouna parte más de la vida. Lo importante no es tanto qué le ocurre a uno en la vida, sino, más bien, cómo uno afronta lo que le ocurre.
 
Se constató que en hogares desestructurados en los que los progenitores teníran probloemas de adicciones, de violencia familiar y otras patologías traumatizantes, sus hijos no siempre desarrollaban estas tipologías o similares, sino que, en ciertos casos, llegaban a ser personas de éxito totalmente integradas en la sociedad y con un elevado desarrollo personal e intelectual.
 
¿Qué hacía que unos niños se convirtieranen personas exitosas y otros no?
 
Poseían los mismos genes, crecían en el mismo hogar y se educabane en el mismo entorno.
 
Entonces, ¿qué había de diferente entre ellos? ¿qué hecho "milagrosos" sucedía en algunos casos?
 
Y surgió la resiliencia, o dicho de toro omodo, el modo en que cada uno decide afrontar lo que le acontece en la vida.
 
Todo esto da que pensar, ¿no crees?
 
¿Y si intentamos extrapolar e término a las situaciones estresantes de nuestra propia vida? ¿y si los sucesos vitales estresantes pueden ser sinónimos de las consecuencias de la crisis económica y vital actual que estamos viviendo?
 
En este caso, ¿no sería una buena idea adoptar una personalidad resiliente?
 
Podríamos adoptar la visión de Luise Rinser que nos habla de las crisis como ofertas de cambio que nos hace la vida, e incluir el optimismo como una herramienta habitual a utilizar en nuestro quehacer, al igual que hacen las personas resilientes.
 
Podemos, por ejemplo, utilizar este optimismo para hacer una breve pausa en el tiempo y nuestros problemas y tratar de cambiar la perspectiva que nos ha llevado a donde estamos. Podemos cambiar las preguntas que nos hacemos y que propician un diálogo interno de cuestiones destructivas, que en su movimiento incesante alimentan cada vez más un círculo vicioso que nos bloquea cada vez más en la acción.
 
¿Eres realmente consciente de cuánto has conseguido en la vida cuando has tenido que hacer frente a grandes dificultades?
 
¿Hasta qué punto has convertido las dificultades en posibilidades en tu vida?
 
En el libro de Monika Gruhl, "El arte de rehacerse: la resiliencia", nos habla de que la forma en que una persona percibe un acontecimiento dice más sobre esa persona que sobre la situación en sí. Para la autora, las personas resilientes no se exigen a sí mismas saberlo todo y ser capaces de todo, sino que son coscientes de sus distintas virtudes, creándose a sí mismas "islas de habilidad" que ensanchan y multiplican continuamente.
 
La Escuela de Psicología Positiva nos habla de tres componentes que integran la resiliencia: compromiso, control y reto.
 
El compromiso,  entendido comoun acuerdo entre nosotros mismos y la situación. Nos implicamos fuertemente en el cambio, teniendo en cuenta que todas las novedades y cambios llevan consigo relaciones inseguras y circunstancias ambiguas, que los sucesos no son del todo predecibles y que debemos tener una visión y actitud flexible según vayamos avanzando.
 
El control, entendido aqui como el esfuerzo ejercido a través de la perseverancia; una perseverancia motivada y reforzada por la constancia y la autodisciplina de la que nos habla la inteligencia emocional.
 
Y por último, el reto. El reto supone un factor muy importante de motivación ante las dificultades. Podemos utilizar el reto como herramienta de refuerzo positivo si lo asumimos como factor que fortalece nuestro deseo de superación.
 
Recapitulando lo dicho y haciendo un pequeño esbozo de cómo aplicarlo en nuestras vidas si estamos pasando momentos duros o que queremos cambiar, puede ser una buena idea lo de adoptar una personalidad resiliente o resistente. Ver lo que estamos viviendo sin intentar averiguar constantemente por qué y qué sentido tiene lo que ha sucedido o está sucediendo.
 
Simplemente ponemos la situación delante nuestro, la observamos y le damos un nuevo sentido cambiando nuestro modo de reaccionar ante ella.
 
Nos preguntamos:
 
¿qué puedo y debo dejar que ocurra?
 
¿de qué puedo y debo desprenderme?
 
Y en lugar de desarrollar y ejecutar un plan a toda costa, con una única solución ideal, podríamos favorecer la creatividad y ampliar el espectro de posibles soluciones según éstas vayan sucediendo.
 
Concéntrate en lo que funciona y olvídate de lo que no funciona.
 
Si tu forma de proceder te está apartando de lo que pretendes alcanzar, déjala a un lado y prueba otro modo de lograrlo; porque si repites constantemente modos de actuación que no te llevan donde quieres, estás reforzando constantemente ese camino y orientación hacia el problema.
 
Si te bloqueas, relájate. Cuando te relajas corporalmente, desatas nudos anímicos y abres un nuevo espacio para ver de otro modo. Merece la pena que ocasionalmente, o mejor con regularidad, hagamos un retiro a nuestro interior, que nos percibamos a nosotros mismos, atentamente, sin ninguna intención concreta y con total aceptación.
 
Es importante tener conciencia de lo que podemos cambiar. No todo está a nuestro alcance, así es que pondera si es asunto tuyo, si es asunto de otro o si se lo tienes que dejar a Dios.
 
Cuando valores si es asunto tuyo o no, ten en cuenta queu puedes ser responsable por exceso o por omisión, es decir, que no sólo somos responsables de lo que hacemos sino también, en algunos casos, de lo que no hacemos.
 
 
(Este artículo es de Rafaela Sánchez Sevilla, Psicóloga Clínica y está tomado de la revista ESPACIO HUMANO)